Hoy estaba en la cafetería, tomando un café sólo y me ha llamado mi hijo en cuanto me lo han servido.
Mi hijo mayor estaba un poco mosqueado. Algo le pasaba.
Como le conozco, simplemente le dejas a su bola y ya está. Tiene un corazón enorme y cuando quiere algo, es bastante cabezón. Lo cual es una virtud muy útil.
La cuestión es que estaba mosqueado, y estaba mi cuñado haciendo pues eso, de cuñado. Y que le había dicho a mi hijo tenía que aprender a frustrarse.
Claro, hay que aprender a aguantarse, ¿no?
«Y una mierda.» ha dicho una voz dentro de mi cabeza al instante.
¿Aprender a frustrarse?¿Aprender a aguantarse?¿ Aprender a conformarse?
Yo no quiero que mi hijo aprenda a frustrarse y a vivir aguantándose.
Quiero que aprenda que si quiere algo, vaya a por ello.
Y que si es algo bueno, justo, y nadie sale perjudicado, que vaya a por ello al 180%.
Y que si es algo que tiene que esforzarse, que vaya a por ello al 180% y que se sienta feliz de estar en el camino de conseguirlo.
Y que no hay fallos, sino resultados.
De hecho, quiero que aprenda a no soportar la frustración. Pero no como reacción o como enfado, no. Ni siquiera que se queje. Que en cuanto algo no esté como el quiere, que eso le haga de motor, y que le propulse a conseguir lo que quiere en la vida. Y con ilusión.
Hace unas semanas que trabajé con un cantante, de un nivel profesional bastante alto, para eliminar los nervios del escenario. Una parte importante del trabajo fue muy curiosa, pero muy efectiva.
Depende de la persona, pero en este caso, fue muy importante el aumentar su frustración por el miedo escénico que padecía.
Sí, sí, has oído bien: aumentar la frustración. Hasta que su mente no aguantaba más y dijo»Basta».
Hay un fenómeno muy curioso cuando te pasas de un límite de frustración. Percibes el problema lo ves de otra manera. La gota que colma el vaso.
Y esa fue la última pieza del puzzle que disolvió su último bloqueo emocional que le causaba el miedo escénico.
Así cuenta el resultado:
«Antes de comenzar el programa era una persona que mostraba siempre mucha inseguridad en el escenario y simplemente actuaba para salvar la actuación.
Tras realizar el programa, mi atención se centra en disfrutar de lo que hago y buscar día a día la excelencia en mi trabajo.»
A veces pienso que hay demasiada capacidad de aguantar la frustración en la sociedad de hoy día, y eso nos impide a veces dar los pasos que nos llevan a la vida que queremos.
Se me ha quedado el café frío, pero ha merecido la pena la conversación con mi hijo.
Por cierto, cuando un músico clásico supera el miedo escénico suele cambiar su forma de percibir los fallos, y pasan de ser «perfeccionistas sufridores», a ser perfeccionistas con ilusión. Pero esa es otra historia que será contada en otra ocasión.
Nos vemos,
Joseba